Las ciudades del presente son el resultado de una larga y lenta estratificación en la que sobreviven huellas de procesos territoriales ya desaparecidos. La ciudad, por consiguiente, se asemeja más a un palimpsesto que a una tabula rasa. El cuerpo urbano no se erige exclusivamente desde el poder, el mercado o la ideología. La agencia social se proyecta en el espacio y en el tiempo de las ciudades mediante la memorialización de las prácticas sociales, convirtiendo determinados lugares en espacios o paisajes de la memoria. Al estar en permanente construcción, su legado se manifiesta a través de distintos niveles de significados sedimentados en el terreno. Desde esta perspectiva, las ciudades son también estructuras simbólicas, auténticos depósitos de memoria e inscripción cultural que en la actualidad tendemos a concebir como patrimonio. Sus significados provienen de su propia historia y de la de quienes las habitaron. Los paisajes y vivencias urbanas juegan un papel decisivo en la formación de los imaginarios sociales y personales. Al poseer una dimensión semántica, las ciudades pueden leerse como textos que, a través del entorno construido, nos narran historias sobre su pasado y el de sus habitantes. Los monumentos, las estatuas, los museos y los lugares de memoria en general, junto con prácticas menos institucionalizadas, como los eventos deportivos y la cultura popular moderna, han sido dispositivos esenciales para la creación y difusión de identidad. Como es sabido, para Pierre Nora los lieux de mémorie son elementos revestidos de un significado particular para la auto-interpretación de una sociedad. Pueden ser acontecimientos, personas o cosas, pero lo más habitual es que sean espacios. Se trata de baluartes simbólicos que ayudan a proteger unas referencias identitarias que, sin algún tipo de vigilancia conmemorativa, serían simplemente barridas por la historia