Arnold Toynbee recordaba que ‘una ciudad es un asentamiento humano cuyos habitantes no pueden producir, dentro de los límites de la ciudad, todos los alimentos que necesitan para mantenerse vivos. Esta característica es común a todo tipo de ciudades’ (Cities on the Move,1970: 8). Hoy en día, la expansión y la densificación de las ciudades representan un reto medioambiental, si no una amenaza, para el entorno natural en muchos sentidos. Necesitamos una noción de ‘ciudad justa’ que tenga en cuenta la justicia medioambiental. En esta búsqueda, habría que reconceptualizar la noción de lo ‘urbano’ en sus relaciones con un entorno natural, que a menudo y con demasiada precipitación se denomina ‘rural’. La posibilidad de conciliar las ciudades con la justicia medioambiental debería, por tanto, hacer un balance de la literatura sobre sostenibilidad que surgió a finales de los años ochenta, y que creció con diversos énfasis desde entonces. Ante las alarmantes tendencias de destrucción del medio ambiente, las nuevas ideas y prácticas de desarrollo empezaron a suscitar un amplio interés. El término ‘sostenibilidad’ entró en el vocabulario de los estudios de desarrollo tras la publicación del Informe Brundyland en 1987 (WCED). Este informe definía el deterioro del entorno humano y de los recursos naturales como un reto para el desarrollo. En un eje paralelo, Richard Register (Ecocity Berkeley: Building Cities for a Healthy Future, 1987) propuso el término ‘Ecocity’, que significa ‘la ciudad construida con y no contra la naturaleza’. Register advirtió que, en respuesta al cambio climático, ‘la acción inmediata debe considerarse en el contexto de los objetivos a largo plazo y la visión global’. Poco después, en 1990, la ONU convocó a la comunidad internacional para abordar los problemas urgentes a los que se enfrentaba el mundo, ya que se estaba produciendo un rápido ‘deterioro del ecosistema del que dependemos para nuestro bienestar’ (CNUMAD 1992). La Declaración de Río sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo marca ‘el comienzo de una nueva asociación mundial para el desarrollo sostenible’ (CNUMAD 1992). El trabajo de Register, junto con la iniciativa de la ONU, dio lugar a una nueva literatura sobre ciudades sostenibles.
Se habla de ciudades sostenibles cuando se trata de entornos urbanos resistentes desde el punto de vista medioambiental, económico y social para sus ciudadanos, sin comprometer la necesidad de las generaciones futuras de prosperar en el mismo entorno. A raíz de estos debates, la vida urbana sostenible se ha convertido en uno de los 17 Objetivos Globales que conforman la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible. El Objetivo 11, titulado ‘Ciudades y comunidades sostenibles’, pretende que las ciudades sean inclusivas, seguras, resilientes y sostenibles. Subraya que el desarrollo sostenible no puede lograrse sin transformar significativamente la forma en que construimos y gestionamos nuestros espacios urbanos (PNUD 2020). Tanto la bibliografía académica como los informes de la ONU parecen hacer el mismo hincapié en la rentabilidad de las ciudades y en factores relevantes para el medio ambiente como el transporte, el agua, el saneamiento, la contaminación atmosférica y la emisión de carbono. Sin embargo, parece que mientras que la noción original de sostenibilidad alertaba contra los principales desarrollos de la economía de mercado impulsada por el crecimiento, el concepto se ha definido en el contexto urbano para confirmar, en lugar de desafiar, la lógica del desarrollo del capital. El enfoque crítico de la planificación urbana desde la perspectiva de la sostenibilidad ecológica dio lugar al nuevo concepto de ‘ciudades lentas’, que da prioridad a un modo de vida pausado frente a los mercados veloces. La literatura sobre las ciudades lentas hace hincapié en los pequeños negocios, las cadenas cortas de productos básicos, los mercados de agricultores y las empresas socialmente responsables. Basándose en esta rica literatura, con sus variaciones internas, esta sección pretende construir un marco teórico para una ciudad ambientalmente justa en lo que respecta a insumos como la energía, el agua y los alimentos, así como los residuos y la contaminación. Dentro de este marco, la ciudad ambientalmente justa se concebirá sobre un eje rural-urbano que trata estos conceptos no como dicotómicos, sino internamente relacionados.